Del Hierro a la Porcelana
Cuando
eres la joya de la corona, es probable que te topes en el pasaje de la vida con
miles de aduladores, es probable que sientas perdido en camino, por ello se requiere
tener un inmenso amor propio, porque será el escudo que repelerá cualquier los sablazos
de quienes amaste sin recelo.
Siempre
se admira a la mujer fuerte, a quien lucha incasablemente, la que no tiene
remilgos en lo que hace a diario, la que es capaz de dejar a un lado su confort,
es la heroína de muchos la que sea amante entregada, ama de casa abnegada
aunque trabaje en una lujosa oficina, es la mujer soñada para otros, la que
muchos anhelan y a la que todos le huyen, el terror de cualquier hombre es una mujer
de hierro.
Claro
que cualquiera en sus cinco sentidos siempre dirá querer tener una así, pero
son muy pocos los verdaderos caballeros que tendrán el valor de apreciar a la
bruja de los cuentos, la que espanta con su cruel sabiduría, la madura que
siempre sale a la defensiva, la hechicera que no posee pócimas secretas, mas
que la experiencia de la vida, la hechicera terrorífica que conquista con el
letal veneno de la belleza, sin importarle aquella, porque el secreto del
embrujo esta en su la sapiencia que le hayan dado los golpes de la vida, el
comodín que se ajuste a cualquier condición de vida, la compresiva, incondicional,
amorosa y siempre alegre.
En
este cuento de doncellas y brujas, las primeras no serán las imperturbables ganadoras
más que de un enclenque hombrecillo con ínfulas de gran caballero, que poseen
como espada una gran labia, un cerebro desgastado buscando descifrar como
conquistar a cualquier incauta, sin importar más que el logro de una buena
faena sexual.
A
través de la historia se ha demeritado a las brujas de los cuentos, vistas como
viejas inescrupulosas, temerarias y descaradas, ello por no temerle a los
limites de lo comúnmente establecido, férreas guerreras casi camicaces cuando
de llegar a la meta se trata y sin duda el descaro enmarcado en la libertad de
conocer y gozar su sexualidad sin remordimientos morales y menos sociales, de
este estigma no se salvaron las hetairas ni las geishas, menos aquellas mujeres
que lugar de jugar a ser doncellas hoy en día, viven buscando el caballero
capaz de soportar los sueños de una mujer inconforme que no se transa con
mediocres palabras de cariño, repetidas por costumbre, legado de sus
antecesoras, o con promesas insulsas que aunque simples llevan intrínsecas la
posibilidad de llegar a ser como un nonato.
Ser
mujer hoy en día requiere más pericia, se requiere mucha autoestima para no derrumbarse
ante la soledad o el desprecio de quienes no quieren tenerte a su lado, se
requiere bondad a flor de piel para perdonar la insensibilidad de quienes
amaste con locura, se requiere tener dignidad para alejarse de quien te hace daño,
fortaleza para no caer en el papel de doncella inocente y desprotegida que los
hombres buscan cuidar momentáneamente a fin de satisfacer su egoísmo, madurez
para aconsejar sin teñir tus sentimientos en cada recomendación, se requiere la
fuerza para hacerlo todo desde la altura de los tacones, escudada en la mascara
de la sonrisa y los buenos modales, con la cautela y prudencia para que tus
enemigos nunca te den la estocada final, se requiere tener la entereza y autenticidad
para no ser una libertina y conservarse perfecta pese a lo golpes de la vida,
con energía para no renunciar a sueños de mujer, profesional, trabajadora,
madre, soltera o solidaria, alegre para permanecer rodeada de gente aun en la
extrema soledad.
Ser
huracán capaz de cambiarlo todo en cuestión de segundos para una mujer capaz de
romper los lazos y adiós a su amor verdadero solo para ser feliz, para sobre
ponerse a quien te cambia por cualquier mujer o por no tener el valor de
arriesgarlo todo por la bruja que le da tanto de amor como de tormenta a su
vida, finalmente no hay mujer perfecta, algunas solo se acercan más que otras y
tal vez por ello es mejor tener tu propia cama tibia solo para compartirla con
la dulzura de la soledad y llegar a transformarse de hierro a porcelana, porque
no habrá nadie que viéndote tan fuerte soporte verte pulverizada en porcelana,
de frustraciones, fracasos, perdidas o desilusiones. Nada más espantoso para un
hombre que ame aun a mujer de hierro que la vea convertirse en porcelana frágil
y delicada, nada más impotente para ellos que ver su norte convertido en caos.
De hierro en público a
porcelana en la intimidad de tu soledad, condena que llevan las brujas persé.
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