Cuantas veces nos dijeron de pequeños esta frase popular que implicaba que
nuestros conocimientos no iban encaminados aquellos intentos por hacer lo que
aun no sabíamos hacer y es posible que por ello hoy en día todos nos hayamos
esforzado en estudiar un arte, un oficio o una profesión y sin ponerlo en duda podría
apostar que muchos en nuestro intento por se mejores sabiondos hemos decido
perfeccionar los conocimientos, con cursillos, diplomados, especializaciones,
seminarios, simposios y cuanto cursillo nuestro bolsillo haya podido financiar.
Finalmente terminamos siendo un mar de conocimientos con un centímetro de
profundidad, así terminó por confirmarlo, cuando salimos del pregado llenos de un montón de conocimiento, donde cada materia se asimila a los fascículos semanales
de periódico, de esos que te lees por
completo, sabes que debes coleccionar pero que a la hora de ir
a empastar, no tienes ni idea
por donde debe empezar, a no
ser que de la manera mas juiciosa hayas tomado el mas
importante de todos, el fascículo
introductorio, el maravilloso índice que
te permite verlo todo de
manera general, permitiéndote, armarlo
hasta con los ojos cerrados, armarlo de
manera integral, pudiendo relacionar un tema con otro.
Ese fascículo, es justo la materia
que dejaron de tomar
mis docentes, es justo la materia
que los preparaba para que en
lugar de guiar a los
estudiantes como borreguitos detrás de la
zanahoria pudiéramos ver el paisaje detrás de la
zanahoria. Sé que no debo
ser desagradecida ya que en
parte lo
que se lo se por ellos, por su disciplina
y conocimiento, pero hago la
critica sobre el método de educación que
nos hace ver pedacitos sueltos que con la experiencia
profesional y con un genio de la lámpara que se te atraviese en la
oficina logramos concatenar partes pequeñas.
El genio de lámpara
que por fortuna me toco, no ha escatimado sus dádivas intelectuales de niño
de promedio intelectual superior alto y me
ha ofrendado su singular método
de estudio, del que me
siento atraída porque ha roto mi
sistema de estudiar en forma vertical y aislada, para empezar a aplicar un
método del que solo puedo referenciar mentalmente como en la
figurita de un sol cuyo núcleo
toca diferentes líneas, diferentes temas y así
resulta integral y un poco desubicado para mi ya que si quisiera avanzar por mi lado
siento que me pierdo.
En fin, la intensión de este
escrito es expresar que así como
nos enseñaron un método erróneo para estudiar y aprender de nuestro oficio o
profesión, también nos obsequiaron algo mucho mas letal, pretender que el ese mar de conocimientos que en
algún punto transversal se
toca con otras profesiones, nos permite imaginar que aunque el diploma de cada
uno le otorgue el titulo de una profesión podamos opinar y peor aun sentirnos titulados en
otra sin haber tomado más
de diez materias.
Para aclarar mi posición, debo decir
que en la universidades
tanto en el pregrado como
en los posgrados nos
obsequian la vanidad profesional que viene
mal entendida, nos creemos
dioses plenos del conocimiento de
la carrera propia
y muchas veces también de la
ajena.
Desde siempre mi padre ha
criticado a los médicos,
quienes suelen identificarse bajo
su nombre con las
iniciales MD es decir
Doctor en Medicina, pero que ellos solían
creer consiente o inconscientemente
que eran Medio Dioses, al respecto
creo que el síndrome se extendió como
una viral a los demás profesionales. Justamente lo padezco
en mi oficina donde tarde
dos meses al llegar, en darme cuenta que hay profesionales que por
tener algo de conocimiento en
mi carrera ya los
convierte en eruditos de la misma,
son capaces de dar
conceptos, sin el menor prurito
profesional, son capaces de ignorar
a los expertos y hacer incurrir a cualquiera
en crasos y caros errores
que se pagan con el
tiempo y la responsabilidad de los
demás.
Pero todo viene
de la líder, de quien no dudo
tiene capacidades tremendas, reconozco
en ella una tenacidad y un
esfuerzo en su trabajo de manera limpia y honorable, pero como nadie
es perfecto es temerosa y
disfraza su ignorancia en los
temas que a mi profesión le compete en
imposiciones arbitrarias y casi kamicásicas,
la vida misma un la profesional por una meta.
La arrogancia del profesional suele castrar la capacidad del
ser humano de tener compasión por los
demás, no importa su condición
familiar y mucho menos la emocional; lisia incluso los buenos modales
desde un insignificante saludo mañanero
desde los sencillos señores de servicios
generales hasta aquellos colaboradores que caigan mal; cercena las buenas intensiones de amistad y puede incluso permitirle a quien
tenga autoridad demeritar un buen consejo que pueda a futuro
salvarle el propio pellejo.
Ese mar de conocimiento es tan peligroso que
ahoga la buena fé, el debido proceso, la libertad misma, reina
el voto del silencio por miedo a la
condena pública que pueda señalarte tu jefe y su pandilla con comentarios mal intencionados y destructivos, por miedo a
la perdida del empleo o sencillamente por medio a perder lo único que cualquier
profesional nunca debe permitirse
perder el respeto por su conocimiento y
su tiempo.
Esa temeridad entre profesionales algún día en la vida profesional hará aceptar que el viejo dicho popular de Zapatero a tus Zapatos, no solo se aplica para respetarnos los oficios y conocimientos, sino que nos obliga a buscar la excelencia de los propios.
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